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Una pintura de paisaje. Un trabajo para empezar. Óleo sobre lienzo, acrílico, acuarela, lápiz. A la vista, multitud de caminos para dar forma a nuestra obra, alguno quizá, todavía sin transitar. Podemos buscar un final, o ir hacia un lugar no determinado. Vamos con lo que sabemos y lo que queremos aprender, y dejamos un lugar en blanco para poder entender lo inesperado.


La luz de hoy y la de ayer, la del otoño y la del verano, la luz de un instante o la de un año. Una luz en cada momento y en cada momento un paisaje.


El lugar de cada cosa en una pintura, donde cada cosa toma su sentido. Hay un lugar esencial y meditado, y lugares que aparecen de improviso. Lo casual será el límite de nuestro espacio, que es a la vez abierto y definido.


El paisaje marca formas precisas que componen un sentido, mas la mente tiene sus esquemas, y ambos divergen en según que sitios. Entre lo natural y lo pensado, un diálogo de opciones, una búsqueda del equilibrio.


En los días luminosos hay un color intenso detrás de todo, que se torna pálido los días grises y tenue al llegar la noche. Es la energía de la luz, que se siente en las tonalidades del mar, en los ocres de la arena, y en las sombras inquietas que desaparecen a su paso.


Cuando la pintura va adquiriendo su corporeidad, encontramos sentidos inadvertidos y vacíos por resolver. Hay lógicas que surgen en el cuadro y se descubren después en el paisaje. Comprendemos la pintura a través del paisaje y el paisaje a través de la pintura.


Pintura de bodegón, una naturaleza detenida. Composición de objetos de infinitas combinaciones. Encontrar el movimiento en la quietud, y lo espontáneo en lo pensado.

Naturaleza detenida, un espacio construido de luz. Hay una tonalidad que lo empapa todo, en la que esculpimos las formas sólidas y las transparencias del cristal, con el cincel del matiz y la armonía.


Unos apuntes. Algunos instantes para captar las formas y el movimiento. Centrar la mente y no pensar, dejar que fluya lo indeterminado.